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Asia Pacífico | Observatorio Parlamentario

Magdalena Gil: “Los equipos de aire acondicionado deberían estar disponibles en los centros comunitarios”

21 enero 2025

Para académica de la Escuela de Gobierno de la Universidad Católica e investigadora asociada del Centro de Investigación para la Gestión Integrada del Riesgo de Desastres (Cigiden) las olas de calor plantean una serie de desafíos para la salud humana, pero también para las autoridades. Aunque existe una tendencia a mitigar los efectos a través de la compra de aires acondicionado, en su opinión si esta decisión se aplica en todos los hogares, podría tener efectos negativos sobre el ambiente.

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Magdalena Gil es una de las investigadoras de "Calor extremo: Estrategia de gestión y medidas de adaptación para la Región Metropolitana de Santiago" y una de las primeras expertas en alertar sobre las consecuencias de las olas de calor extremo en nuestro país. En esta entrevista afirmó que en el corto plazo necesitamos un plan de emergencia y una estrategia de comunicación de riesgo. Más de sus reflexiones, a continuación.

Idea de investigar sobre calor extremo

Comencé a interesarme en este tema en 2019, ya que trabajo en la Universidad Católica, en la Escuela de Gobierno, y también en Cigiden, que es el Centro de Investigación para la Gestión de Riesgos de Desastres. En enero de 2024 tuvimos una reunión en una casa antigua en la calle Lastarria, donde se registró el récord de calor en Santiago, alcanzando los 38 grados. No recuerdo la fecha exacta, pero ese día estábamos en un lugar hermoso, pero muy caluroso, y me sentí frustrada. Pensé: “Como centro especializado en la gestión de riesgos de amenazas naturales, estamos aquí hablando de tsunamis, terremotos e incendios, mientras nos derretimos en este ático”.

Tenía experiencia viviendo en España y Estados Unidos, donde la ola de calor es un concepto integrado en las políticas públicas, como por ejemplo recibir mensajes de alerta en el celular. En Chile, no se había asociado la ola de calor como una amenaza. Sin embargo, al haber estado en un lugar donde recibía avisos sobre el calor extremo, me pareció insólito que estuviéramos tan despreocupados en Cigiden.

Ese día me di cuenta de que esto no era una excepción. En 2017 ya habíamos enfrentado condiciones de calor extremo, y en 2019 estábamos viviendo la segunda vez. Aunque inicialmente comencé a involucrarme en esta temática un poco después, fue ese día cuando decidí que mi próximo proyecto sería sobre el calor. Había estado trabajando en incendios y comprendía que en Chile se considera el calor como un factor que aumenta el riesgo de incendios. Sin embargo, el calor en sí mismo, como una amenaza para la salud y el funcionamiento de la ciudad, no lo habíamos conceptualizado hasta hace poco.

Así es como surge esta investigación. Las publicaciones que hemos producido nos han permitido reconocer que el calor representa una amenaza nueva con desafíos particulares. Es esencial tener una percepción del riesgo y verlo como tal. Hasta hace poco me preocupaba mucho este tema, pero ahora creo que estamos comenzando a entenderlo como un riesgo real.

En el verano anterior al actual, noté un cambio en la forma en que se reporta el calor. Ahora se informa como una amenaza: "Mañana se esperan 37 grados, tenga cuidado". Antes, se reportaban temperaturas de 37 grados con un tono festivo: "¡Qué rico, calorcito de verano!". En este sentido, me siento más optimista hoy en día. A pesar de que aún queda mucho por hacer, esta entrevista es prueba de que hay mayor conciencia sobre el calor como amenaza. Este es un paso fundamental; si no reconocemos algo como una amenaza, es imposible abordar adecuadamente el problema”.

Medidas a adoptar en el corto plazo en consideración de la población vulnerable

Creo que, a corto plazo, necesitamos un plan de emergencia. Asumiendo que la ciudad no cambiará, ¿qué haremos este verano? En Chile, ya se registran muertes por calor. Aunque los números no son tan altos como en Australia, Europa o Vancouver, es fundamental contar con un plan de emergencia. Lo más básico de este plan es la comunicación del riesgo, un aspecto que aún no tenemos.

Además, es importante entender que no solo necesitamos un plan de comunicación. Es similar a lo que ocurrió con la contaminación: se implementó un plan de preemergencia, donde informamos a la población sobre los días de riesgo, mientras trabajamos en la descontaminación de Santiago. Sabemos que este proceso es lento y ha tomado alrededor de 20 años. Con el calor, la situación es similar: debemos comunicar el riesgo, pero también trabajar en medidas de mitigación.

Lo positivo del tema del calor es que sabemos cómo abordar el problema, a diferencia de otros fenómenos, como los incendios, que son más complejos. En el caso del calor, tenemos claridad sobre las poblaciones vulnerables y lo que las hace más propensas a sufrir. Por ejemplo, las personas mayores de 65 años son las más vulnerables, y dentro de este grupo, aquellos que viven solos son aún más susceptibles.

Una forma rápida de reducir esta vulnerabilidad es asegurarnos de que los adultos mayores reciban visitas o llamadas de apoyo durante los días de calor extremo y unos días después, ya que el agotamiento físico puede persistir. Algo que valoro del enfoque hacia el calor es que existen muchas soluciones económicas que podemos implementar para ayudar”.

Inversión e infraestructura

”Es evidente que también debemos invertir, pero lo que hacemos es tan limitado que, incluso con un plan sencillo que se enfoque en los adultos mayores que viven solos o en campañas de concientización en radios sobre la importancia de mantenerse hidratados, ya podríamos avanzar significativamente. Actualmente, al no contar con medidas efectivas, hay muchas oportunidades rápidas y accesibles para mejorar la situación.

En cuanto a infraestructura, uno de los aspectos más evidentes es el arbolado urbano, que cumple múltiples funciones. Los árboles no solo ayudan a limpiar el aire, sino que también mejoran la calidad de vida en varios sentidos. Algunas personas se burlan de quienes defendemos los árboles, llamándonos "tree huggers". Sin embargo, no se trata solo de una preferencia personal por los árboles, pues mi interés radica en la calidad de vida de quienes habitamos esta tierra. De hecho, podría decir que mi pasión por los árboles es casi egoísta, ya que está directamente relacionada con el bienestar de nuestra comunidad.

En Santiago, la desigualdad en la distribución del arbolado y las áreas verdes es alarmante. Es fundamental abordar este tema con inteligencia. No basta con plantar árboles, Como es obvio, los árboles requieren cuidado. Además, hay que prestar atención a los paraderos de buses, que se mantienen bien mientras no sean dañados. Sin embargo, los árboles necesitan un mantenimiento activo: requieren poda, riego y fertilización.

El mantenimiento del arbolado urbano es más complicado de lo que parece. Ha habido planes para plantar árboles, pero debido a la falta de fondos para su cuidado y riego, tras dos años, aproximadamente el 30% de ellos puede haber muerto. Es crucial no solo plantar árboles, sino garantizar su supervivencia a largo plazo”.

Áreas verdes

”El arbolado urbano en Chile necesita una ley. Hay una propuesta en discusión, y aunque tengo mis opiniones sobre su contenido, creo que es fundamental debatirla de manera más intensa para lograr su aprobación. Necesitamos una ley que establezca estándares, atribuciones y glosas claras. Desde mi perspectiva, muchas de estas glosas y atribuciones deberían ser regionales.

Quizás en algún momento tuvo sentido que los municipios estuvieran a cargo del arbolado, y creo que deberían seguir gestionando muchas áreas verdes. Sin embargo, actualmente, cada municipio opera con su propia empresa, lo que lleva a un manejo ineficiente. Por ejemplo, una empresa puede regar hasta una esquina y luego regresar. Esto genera grandes disparidades en la calidad del arbolado urbano, ya que al dar la vuelta a una esquina, uno puede encontrarse con condiciones totalmente diferentes debido a las prioridades de cada municipio.

Es necesario establecer una estrategia regional. No es que no haya esfuerzos; el Gobierno Regional de Santiago tiene un plan ambicioso para plantar muchos árboles. Sin embargo, parte del desafío es que la gobernación es responsable de la siembra, pero los municipios y los vecinos deben encargarse del cuidado posterior.

Algo que me gustaría implementar es una valoración más clara y transparente del valor de los árboles en términos de reducción de temperatura y mejora de la calidad del aire. A menudo, si no se asigna un número o un valor específico, resulta difícil justificar su inclusión en los presupuestos como un beneficio. Aunque desde una perspectiva científica es evidente que los árboles aportan beneficios no solo a su barrio, sino que también generan efectos ecosistémicos más amplios. Actualmente, hay varios esfuerzos por medir mejor los servicios ecosistémicos que proporcionan los humedales y diversas especies, y el arbolado urbano debe ser parte de este enfoque.

Además, debemos considerar el ordenamiento territorial en relación con los desastres. Esto es relevante sin importar qué amenaza estemos discutiendo. Es crucial establecer algún tipo de planificación que tome en cuenta las amenazas, necesidades y escenarios futuros. Hemos logrado avances, y no quiero ser completamente pesimista; sin embargo, aún queda mucho por hacer. En la Región Metropolitana, donde tengo más conocimiento, hemos visto cambios en el uso del suelo que no han considerado adecuadamente estos factores. Hay sectores que, al observar imágenes satelitales, parecen desiertos y requieren inversiones considerables.

Un aspecto clave son los cerros-islas. No todas las zonas de Santiago cuentan con ellos, pero ya hay regulaciones para su protección, aunque falta inversión, excepto en lugares como el Cerro Chena, Cerro Renca o Santa Lucía. Mejorar estos espacios podría ser fundamental. Existen modelos que intentan definir el impacto de la temperatura y la calidad del aire en la cuenca de Santiago si optimizáramos el uso de sus arroyos.

También hay que considerar otras alternativas. Muchas personas argumentan que no hay espacio para plantar árboles. Sin embargo, esto depende de las decisiones que se tomen sobre el uso del espacio. He regresado recientemente de Londres, donde no solo se ven calles con árboles alineados junto a las veredas, sino que muchas de estas áreas se han transformado en los últimos 10 o 15 años. Las ciudades europeas han tomado decisiones conscientes para mejorar su arbolado debido a la crisis climática. No se trata solo de embellecer el entorno; el objetivo final es mejorar la calidad del aire y reducir las temperaturas.

Si no hay espacio suficiente, hay que generarlo. Es esencial abordar el tema de las áreas verdes con seriedad y considerar nuevas tecnologías. También es importante aceptar que lo mejor para cada territorio depende de sus características específicas. No hay soluciones universales que funcionen en todo Chile; debemos pensar en cómo mitigar el impacto del calor en barrios específicos.

Además de lo mencionado anteriormente sobre la vulnerabilidad de ciertos grupos, esta debería ser una estrategia complementaria a nuestras iniciativas”.

Efectos psicológicos del calor extremo

”Existen menos estudios sobre el impacto emocional, mental y psicológico del calor en comparación con los efectos físicos en el cuerpo. Un primer aspecto a considerar son los síntomas físicos, que pueden ir desde mareos hasta la muerte, que es el extremo. Sin embargo, hay muchos otros signos intermedios. Es importante recordar que nuestro cuerpo y nuestra mente coexisten en el mismo espacio. El hecho de que nuestros cuerpos experimenten estrés por el calor sugiere que también podría haber un impacto en nuestra salud mental, a pesar de que no siempre hay mediciones directas sobre la sociabilidad o el bienestar mental.

Nuestro cuerpo gasta energía constantemente para mantener una temperatura de aproximadamente 37 grados Celsius, que es la temperatura normal para un ser humano. Este esfuerzo es mayor cuando la temperatura ambiente supera esa cifra. Por ejemplo, si el entorno está a 10 grados más que la temperatura corporal, mantener la estabilidad térmica representa un gasto energético significativo, lo que genera estrés físico. Este estrés puede tener repercusiones mentales que dependen de factores como la personalidad y la adaptación al calor. Algunas personas que viven en climas calurosos están más acostumbradas a estas condiciones, lo que también afecta su estado mental.

Si reflexionamos sobre esto desde una perspectiva termodinámica, podemos concluir que, cuando la temperatura externa es superior a la interna, no estamos en nuestras mejores condiciones. Por lo tanto, lo que experimenta el cuerpo puede ser un indicativo de cómo también se ve afectada la mente, especialmente en situaciones de calor extremo.

Algunos estudios han analizado las consecuencias del calor en comportamientos sociales, como un aumento en las peleas durante partidos de fútbol, más accidentes de tránsito y un incremento en la violencia intrafamiliar y entre bandas rivales. Estos estudios se han realizado en diversas ciudades, especialmente en Chicago y otros lugares de Estados Unidos, y se han extendido a Europa.

Recientemente, vi un estudio interesante en Alemania que consistía en un experimento donde se colocaba a una mujer con bolsas en una parada de autobús pidiendo ayuda para subir al vehículo. Se realizaba la prueba con una mujer con características típicamente alemanas y con otra que tenía un aspecto más relacionado con inmigrantes, como en el caso turco-árabe. Los investigadores esperaron a que las temperaturas alcanzaran un nivel extremo (34 grados) y midieron cuántas personas ofrecían ayuda.

Los resultados mostraron que menos personas ayudaban a ambas mujeres durante el calor extremo, siendo la disminución aún más significativa para la mujer de origen turco. Esto indica que el calor no necesariamente provoca un cambio de comportamiento uniforme; hay quienes siempre ayudan y otros que no lo hacen nunca. Lo interesante de este estudio es que no se centra en los extremos, como las peleas violentas, sino que analiza cómo la cotidianidad puede verse alterada por el calor, disminuyendo nuestra disposición a realizar actos prosociales.

En Chile, hasta donde sé, no hay estudios similares. Estamos intentando llevar a cabo uno relacionado con la violencia intrafamiliar. Hasta ahora, hemos registrado algunos datos que indican una relación entre el calor y dichos incidentes. No afirmo que el calor sea la causa de la violencia intrafamiliar, pero hay evidencia suficiente para pensar que ciertos fenómenos aumentan durante días de calor extremo. Desde la perspectiva de políticas públicas, esto nos lleva a la necesidad de prevención y respuesta ante estas situaciones.

Es fundamental investigar más sobre este tema y diseñar experimentos adecuados para obtener datos fiables. Aún queda mucho por explorar en esta área”.

Resiliencia en las comunidades

”Aún no contamos con estudios suficientes sobre la adaptación al calor, y no sabemos todo lo que se ha hecho al respecto. Sin embargo, he notado un aumento en la conciencia sobre este tema, especialmente desde que me han solicitado entrevistas. También he observado que algunos municipios están buscando ayuda para elaborar planes, algo que antes se consideraba un "problema importado". En Chile, se solía pensar que los problemas eran principalmente terremotos e incendios, pero no se prestaba atención al calor. Esta percepción ha cambiado considerablemente.

Hemos visto algunos intentos de adaptación en infraestructuras. Por ejemplo, en el campus de la UCE han instalado toldos en ciertas áreas. Aunque no hemos medido estos esfuerzos de forma sistemática, creo que es importante hacerlo. Lo que más me preocupa es que cambiemos nuestro enfoque hacia el calor, considerándolo como una amenaza. Este cambio de discurso es positivo y necesario para interiorizar la situación.

Aunque no tengo datos concretos sobre esta situación, he observado un aumento en las ventas de aire acondicionado. Sin embargo, considero que esta no es una solución viable para todos, ya que son costosos y consumen mucha energía, además de ejercer presión sobre la red eléctrica. En mi opinión, los equipos de aire acondicionado deberían estar disponibles en los centros comunitarios para que todas las personas puedan acceder a ellos cuando lo necesiten.

Aun así, es cierto que ha aumentado la venta de aire acondicionado entre quienes pueden permitírselo. Esto podría indicar que aquellos que no pueden costearlo están buscando otras formas de mitigar el calor. Personalmente, soy más partidario de las persianas, ya que son más económicas y no requieren electricidad. Antes, en Chile era común tener persianas en las casas, aunque ahora muchas no las incluye, sin embargo, las casas de campo generalmente sí las tienen. No tengo datos específicos sobre la venta de persianas, ya que son difíciles de obtener, pero hemos investigado sobre la venta de aires acondicionados y hemos comprobado un aumento en las importaciones. Estos son signos de que las personas están comenzando a tomar conciencia sobre la importancia de abordar el calor extremo”.

Por equipo Asia Pacífico: asiapacifico@bcn.cl


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