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Asia Pacífico | Observatorio Parlamentario

Las elecciones en Japón

01 agosto 2007

Sin duda el dramatismo de la política japonesa se ha incrementado en el último tiempo.

Sin duda el dramatismo de la política japonesa se ha incrementado en el último tiempo.

Si bien el público japonés está familiarizado con escándalos políticos, la administración del Primer Ministro Abe ha acumulado una cuota importante de ellos en poco tiempo, produciéndose una caída vertiginosa de su popularidad, cerca de treinta puntos.

Sin embargo, el golpe final vino de un flanco inesperado. Se reconoció una falla en el sistema de pensiones que afecta a más de medio millón de jubilados. Si bien este hecho no es responsabilidad del gobierno de Abe, lo es de administraciones del mismo partido, el LDP. La indignación de los jubilados terminó por catalizar el descontento ya existente.

Entonces, la pregunta clave antes de las elecciones era la magnitud del castigo electoral, y si éste colocaría en riesgo la continuidad del gobierno.

Efectivamente, la votación fue un serio revés para Abe y su partido. Si bien estaba restringida a la renovación de la mitad de la Cámara Alta, la derrota implicó la pérdida de su control.

Esta derrota tiene dimensiones simbólicas y prácticas. Anteriormente un Primer Ministro renunció ante resultados similares, lo cual deja a Abe en una situación incómoda. Por otra parte, el partido opositor queda con mayor capacidad de entrampar el proceso legislativo.

¿Cúal ha sido la reacción de Abe y su partido? Ha sido la de afirmar su permanencia en el gobierno, sustentado en que tiene el control de la Cámara Baja, decisiva en el sistema político japonés. El secretario general y el jefe de bancada del LDP asumieron públicamente la responsabilidad del fracaso electoral, con lo cual se indica que por ahora no hay una carta de reemplazo y se apuesta a que Abe regane el control de la situación.

La pregunta después de las elecciones es si Abe puede afirmar su gobierno o si queda en una situación tal de debilidad que es un tema de tiempo su renuncia.

Si los japoneses no advierte cambios profundos en la conducción de Abe, tanto en la conformación de su gabinete como en el rediseño de su agenda, tenderán a restarle apoyo, lo cual agudizará la carrera por la sucesión dentro del LDP.

Si bien el gobierno de Abe, a diferencia de Koizumi, ha mostrado una lejanía de la opinión pública, sigue siendo un gobierno del LDP, partido que con una interrupción de tres años ha gobernado Japón desde la postguerra. Esto indica una notable y sorprendente capacidad de adaptación a nuevas situaciones, que nunca debe ser menospreciada.

Sin embargo, las opiniones expresadas por los votantes en las semanas previas a la elección revelan más que un descontento frente a la administración actual. Existe también una disconformidad difusa acerca del rol de Japón en el mundo y su actual dinamismo.

El gobierno de Abe ha enfatizado un posicionamiento internacional más asertivo y tiene en su programa de gobierno la eliminación de la claúsula constitucional que le impide tener Fuerzas Armadas. Sin embargo, esta agenda no parece entusiasmar demasiado al electorado japonés.

¿Tendrá Abe la capacidad de hacer un giro y establecer una agenda de reformas que potencien el dinamismo de la economía japonesa, que comparada con sus vecinos chinos y coreanos parece actualmente languidecer? ¿O más bien, como se desprende de las palabras del Primer Ministro al conocerse los resultados, se aferrará más fuertemente a su agenda original?

Las próximas semanas nos mostrarán con mayor claridad el rumbo tomado.


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